La Iglesia se propone acabar, por fin, con el hambre.
El Vaticano acaba de anunciar oficialmente la que podría ser la oración más importante de la historia del catolicismo y la celebración de una de las ceremonias más largas y espectaculares desde que los primeros brujos comenzaron a estafar a sus congéneres. Al parecer, después de que la Iglesia haya estado orando sin resultado efectivo durante varios siglos para que se terminase el hambre en el mundo, el nuevo Papa Francisco asesorado por sacerdotes argentinos allegados al gobierno, habría encontrado finalmente una manera radical, y también sencilla, para solucionar el ancestral problema: Erradicar el voraz apetito de los desgraciados. “Ahora vamos a ir al fondo del problema”, ha dicho el Pontífice con la satisfacción implicita del gobierno argentino.
La original rogativa se elevará a Dios desde El Calafate en la Patagonia Argentina mediante una espectacular misa cuyo altar medirá setenta y siete kilómetros de longitud y noventa y cinco metros de altura. Estará construido por Lázaro Baez con oro, plata e inocencia proveniente de las donaciones de millones de fieles argentinos esencialmente del interior del país y tendrá espacio solo para los sacerdotes que respaldan las políticas del ofcialismo argentino. A través de una pantalla gigante cedida por la Presidente Cristina Kirchner, el Sumo Pontífice ocupará el lugar central del altar, que dispondrá de minibar y minifarmacia con los psicofármacos que el poder ejecutivo acostumbra utilizar, y concentrará toda la formidable energía de la liturgia para que la plegaria se proyecte al cielo a través de su báculo y rebote luego directamente al duodeno de todos y cada uno de los hambrientos del mundo.
“Si todo va bien y no hay interferencias en la troposfera”, asegura la Asesora de Epifanías de la presidente argentina, “los pobres perderán el apetito el jueves que viene por la mañana”.